Las compañías intentan controlar las opiniones de sus empleados en las redes sociales para cuidar su imagen
Iniciar la sesión en Twitter después de un encontronazo con el jefe o  buscar en el muro de Facebook un desahogo tras una jornada laboral poco  reconfortante pueden ser decisiones fatales. A las redes sociales las  carga el diablo porque, a diferencia de otros medios, la frontera entre  lo privado y lo público está tan desdibujada en ellas que resulta casi  imposible discernir si un comentario crítico sobre la empresa para la  que trabajamos forma parte de la libertad de expresión en la esfera de  la intimidad o ser considerado como un acto de indisciplina.
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Un tuit ácido contra un superior u otro en el que se critique las  condiciones laborales pueden suponer una sanción o el despido. La poca  edad de las redes sociales impide que exista una legislación concreta  sobre la materia. 
Las  empresas vigilan cada vez más las opiniones de sus empleados en las  redes sociales. 
En el caso de los  medios de comunicación, el debate se amplifica aún más puesto que la  materia con la que trabajan sus empleados es la información y la  opinión. Medios tan poderosos como The Wall Street Journal, The Washington Post, BBC, Reuters o Bloomberg  han redactado normas estrictas para sus periodistas. Desvelar  primicias, difundir opiniones contrarias a la línea del medio o emplear  un lenguaje improcedente son algunas de sus prohibiciones. Dilucidar si  forman parte del control editorial o si son una forma sibilina de  censura comienza a ser materia de debate entre la profesión.
El  panorama está cambiando. Las empresas son conscientes de que su imagen  depende de la Red. Y de que para cuidarla es mucho más importante que  sus empleados se expresen apropiadamente en Facebook o Twitter a que  lleven traje y corbata. Se juegan mucho en ello. 
Para controlar y gestionar esas herramientas  sociales en beneficio de las empresas, tanto interna como externamente,  ha nacido una nueva profesión, los community managers.
Y no solo las empresas. También los trabajadores tienen que convertirse en sus propios community managers  y cuidar sus perfiles en Internet. Las redes sociales pueden servir  para encontrar un empleo o como trampolines en la carrera profesional.  Retuitear las ocurrencias del jefe o comentar elogiosamente las fotos de  sus vacaciones en el Facebook se ha convertido en un clásico.
En el caso de los medios de  comunicación, esta colusión de derechos se agudiza. Twitter y Facebook  se han convertido en unas herramientas de difusión de noticias y  opiniones, un canal instantáneo mucho más ágil y universal que los  propios medios. Pero también mucho más libre. Y eso incomoda a los  medios.
Algunos periodistas han entendido que con estas  normas es preferible renunciar a tener un perfil en la red social. 
Ser popular y ocurrente en Twitter o en  Facebook es importante. Pero antes de escribir recuerde que su seguidor y  su amigo más vigilante es su jefe.
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